Serie ¿Qué hay después de las competencias laborales?
Por Oscar Prudencio
Septiembre me gustó pa que te vayas…!!!
A principios de los 80, nadie imaginaba que el enfoque de competencias laborales derivaría en una revolución de la educación, pero sin duda muchos intuían que tarde o temprano se empataría con la crisis de conocimiento racional positivista.
La manera en que cada país e incluso cada investigador desarrollaron el tema, derivó en lo que tenemos actualmente: una Unión Europea que no termina de definir la imagen objetivo del ciudadano del Siglo XXI, una América Latina que no termina de entender si el enfoque de competencias es un medio o un fin y otras regiones del mundo donde el tema es uno mas dentro de la complejidad que encierra el paradigma de aprendizaje/formación a lo largo de la vida.
Sin bien el tema se originó en la falta de pertinencia de la educación con las necesidades del mundo laboral y su vinculación con la formación técnica y tecnológica, actualmente el concepto de calidad educativa ha desbordado el paradigma cartesiano del conocimiento y ha hecho que las universidades y centros de formación se cuestionen lo que son y lo que serán frente a la crisis ambiental y planetaria.
Ciertamente enfrentamos un pánico epistemológico desde el mundo de la educación formal. Resulta que la universidad de la vida resultó tan o más importante que la otra. Y este problema no es sencillo ya no digamos de entender, sino de aprehenderlo y encararlo ya no desde una postura individualista, sino desde una visión holística, integradora, compleja, donde el ser humano deja de ser el centro y se reubica en el lugar que le corresponde de ser parte de la naturaleza, parte del universo, del pluriverso?
Vargas (2002) plantea que esta crisis del conocimiento no puede ser resuelta desde la razón, desde nuevas teorías, nuevos métodos o ideas innovadoras. La era del conocimiento en el pecado trajo su penitencia y es que la razón positivista siempre tuvo su asidero patriarcal; conocemos y aprendimos a sentir desde una postura patriarcal, donde el uso de la fuerza siempre ha acompañado a la razón. Sino que pregunten por el lema del ejército chileno, que distingue la razón de la fuerza como cosas distintas, ¡Qué ironía!
No es necesario recurrir a la Escuela de Mileto para dilucidar la verdad y la razón, basta recordar cómo educamos a nuestros hijos.
Como tenemos mas preguntas que respuestas, las soluciones tampoco son únicas ni absolutas. Pero a decir de cada vez más científicos trascendentes de distintas disciplinas, el uso del conocimiento y la razón que la intermedia, no son los culpables de nada. Nadie es culpable de nada, pero todos somos responsables de todo. Y la responsabilidad es siempre y cuando exista consciencia. El reto está en cómo desarrollamos nuestra consciencia ya no sólo como seres individuales, sino como seres sociales, comunitarios, naturales, universales, multiversales?
Y para desarrollar consciencia universal resulta insuficiente el conocimiento como tal. La consciencia en su sentido del latín conscientia, no está depositada en el cerebro, sino en la mente y ésta no distingue razón de espíritu, ni espíritu de razón. Lástima que el paradigma racional positivista lo ignora por distintas razones que después las tocaremos; lo cierto es que hasta ahora creemos que el desarrollo espiritual es independiente del desarrollo de la razón. Estamos tan confundidos, que seguimos creyendo que las doctrinas (religiosas e ideológicas) son nuestra “salvación”. Esta confusión no es extraña a la forma en cómo hemos escrito nuestras historias como civilizaciones humanas, salvo las que no se escribieron y se heredaron oralmente de generación en generación. Estas últimas son otro tema apasionante que después la retomaremos. Sin embargo, duele que los Estados Nación sigan negando su responsabilidad sobre el desarrollo espiritual de las personas y se las confieran a las iglesias, como si la diversidad de religiones fuera suficiente o necesaria. Salvo honrosas excepciones, seguimos siendo presas del dominio que infringió la Iglesia sobre los Estados hace mas de dos siglos y la forma cómo entendemos la educación y el desarrollo espiritual responde a esa paradoja entre doctrinas y poder.
¿Tendremos que dejar de vernos sólo como seres naturales y reconocernos como seres divinos? Tampoco, no es uno u otro. Somos ambos, pero cómo aprehenderlo si para eso necesitamos además de saberlo, sentirlo? (fuse no fuse). De aquí otra odiosa pero necesaria distinción entre sabiduría y conocimiento. El pecado de la era de conocimiento es que iba sin espíritu… lo siento.
¿Y qué pueden hacer nuestros magisterios ante esta paradoja de cara a la revolución cultural que dicta la nueva CPE? Eh aquí el gran reto. Atrapados en doctrinas ideológicas, las revoluciones culturales corren el riesgo del eterno retorno del paradigma occidental. Los actores de la educación, participantes, docentes, directivos, padres de familia, empresarios, trabajadores y comunarios entre otros, no seremos capaces de trascender las contradicciones que nos ofrece como oportunidades la vida, si vamos nuevamente cojos de espíritu.
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