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T.S. Elliot, 1890.

"¿Dónde quedó el conocimiento que hemos perdido en la información y dónde quedó la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?"
(T.S. Elliot, The Rock, Canto I, 1890)

lunes, 26 de julio de 2010

¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores? (IV)

Serie: Algunas  escuelas de desarrollo espiritual: Steiner (IV)
Autor: Rudolf Steiner,  1918.
Transcripción libre de Pasajero en tránsito.

LOS GRADOS DE INICIACIÓN

La información que sigue forma parte de una disciplina espiritual, cuyo nombre y naturaleza conocerá claramente todo aquel que la aplique con acierto. Se refiere a los tres grados que conducen a través del entrenamiento de la vida espiritual, hasta cierto nivel de iniciación. Mas aquí solo se explicará lo que sea posible decir en público, meras indicaciones de una doctrina más íntima y profunda. En la disciplina oculta propiamente dicha se sigue un curso bien definido; ciertos ejercicios tienen por objeto conducir al alma humana a una relación consciente con el mundo espiritual. Entre esos ejercicios y las páginas que siguen hay aproximadamente la misma relación que existe entre la enseñanza impartida por una escuela superior estrictamente disciplinada y la instrucción incidental de una escuela preparatoria. Con todo, la observancia seria y perseverante de lo que aquí se indica, puede conducir a la verdadera disciplina espiritual; con la advertencia de que los ensayos atolondrados, hechos sin seriedad ni perseverancia, no producirán resultado alguno. El éxito del estudio oculto depende de que, en primer lugar, se observe lo que ya se ha expuesto en páginas anteriores y que luego se proceda sobre esta base.

Las tres etapas que la mencionada tradición especifica son las siguientes: 1a. Probación; 2a. Iluminación; y 3a. Iniciación. No es del todo necesario que estas tres etapas sean sucesivas, es decir, que se haya completado la primera antes de pasar a la segunda o esta antes de entrar en la tercera. En ciertos aspectos es posible participar de la iluminación, y aun de la iniciación, en tanto que los otros están todavía en preparación o probación. Sin embargo, será necesario haber pasado cierto  tiempo en la etapa probatoria antes de que pueda lograrse cualquier iluminación; y esta, a su vez, debe alcanzarse por lo menos parcialmente, antes de entrar en la etapa iniciática. Para mayor claridad, sin embargo, se describirán estas tres etapas, una tras otra.

 PROBACIÓN

La Probación consiste en un cultivo bien definido de la vida afectiva y mental, mediante el cual los cuerpos anímico y espiritual quedarán dotados de sentidos y órganos superiores de actividad, de la misma manera que las fuerzas de la naturaleza proveen al cuerpo físico de órganos plasmados de la informe materia viva.

Para empezar hay que dirigir la atención del alma sobre ciertos procesos del mundo que nos circunda. Tales procesos son, por una parte, los de la vida que germina, crece y florece, y por la otra, los fenómenos relacionados con el marchitamiento, la decadencia y la muerte. Por todas partes estos procesos se presentan simultáneamente a la mirada del hombre y evocan naturalmente en él en toda ocasión sentimientos y pensamien­tos. Sin embargo, en circunstancias ordinarias, él no se entrega suficientemente a esos sentimientos y pensamientos, pasa con demasiada rapidez de una impresión a otra, en lugar de fijar su atención, intensa y conscientemente sobre tales fenómenos. Dondequiera que el discípulo encuentre una forma bien determinada del crecer y florecer, apartará de su alma toda otra imagen y se abandonará, durante corto tiempo, exclusivamente a esta sola impresión. Pronto comprobará que un sentimiento que antes se deslizaba rápidamente a través de su alma, ahora se expande, asumiendo una forma potente y vigorosa. Dejará que esa nueva forma de sentimiento reverbere sosegadamente en él, aquietando por completo su vida interior. Se abstraerá del mundo exterior para vibrar únicamente con lo que su alma exprese ante los fenómenos de este crecer y florecer.

No deben esperarse resultados favorables si los sentidos se hallan torpes con respecto al mundo. Primero contémplense los objetos con tanta intensidad y nitidez como sea posible; luego déjese que el sentimiento que surge en el alma, el pensamiento que brota del interior, se apodera del discípulo. Lo que importa es saber dirigir la atención hacia ambos fenómenos con perfecto equilibrio interior. Si se logra la calma necesaria y uno se abandona a lo que emerge del alma, al cabo de cierto tiempo se tendrá la experiencia de observar que brotan del alma un nuevo género de sentimientos y pensamientos antes desconocidos. Cuanto más a menudo se preste atención sobre algo en proceso de crecimiento, de floración y de expansión y, alternativamente, sobre algo que se marchita y muere, tanto más vívidos se tornarán estos sentimientos. Y, del mismo modo que se forman los ojos y los oídos del cuerpo físico de la materia viva bajo la acción de las fuerzas naturales, así van formándose los órganos de la clarividencia a partir de los sentimientos y pensamientos así engendrados. Los procesos del crecimiento y de expansión dan lugar a un tipo de sentimiento bien determinado, mientras que otro tipo, no menos preciso, surge en presencia del marchitamiento y de la desintegración; pero esto sólo ocurre si el cultivo de esos sentimientos se lleva a cabo con arreglo a las instrucciones que preceden. Es posible describir, de un modo aproximado, la naturaleza de esos sentimientos, y su concepción plena está al alcance de todo aquel que personalmente viva estas experiencias interiores. Aquél que frecuentemente haya dirigido su atención hacia los fenómenos del crecimiento, de la floración y del devenir, recibirá una sensación remotamente semejante a la que produce la salida del sol, en tanto que los fenómenos de decadencia y marchites darán origen a una sensación que, del mismo modo, es comparable al lento ascenso de la luna sobre el horizonte. Estos dos sentimientos son dos fuerzas que, debidamente cultivadas e intensificadas, conducen a los más significativos efectos espirituales, así como abren un mundo nuevo al estudiante que metódica y deliberadamente se abandona a ellas: el mundo anímico, el llamado plano astral, que comienza a alborear ante él. El crecimiento y la descomposición dejan de ser fenómenos que produzcan las   indefinidas impresiones de antaño; se torna en líneas y figuras espirituales cuya existencia no había fechado antes y cuya forma diferenciada depende de los diferentes fenómenos. Una flor que se abre, un animal que muere o un árbol que se seca, evocan en su alma líneas bien determinadas. El mundo  anímico, o plano astral, se desenvuelven lentamente ante el discípulo. No hay arbitrariedad en sus líneas y figuras. Dos discípulos que hayan llegado al correspondiente grado de desarrollo espiritual observarán siempre las mismas líneas y figuras en relación con el mismo fenómeno. Así dos personas de vista normal ven redonda una mesa redonda y no una de ellas la ve redonda y la otra cuadrada, del mismo modo se presenta a dos almas la misma figura espiritual contemplar una flor abierta. Del mismo modo que la historia natural describe las formas de las plantas y de los animales, así también el conocedor de la ciencia oculta describe o dibuja las formas espirituales de los procesos del crecimiento y de desintegración, clasificándolas por géneros y especies.

Cuando el discípulo esté ya bastante avanzado para ver las formas espirituales de los fenómenos perceptibles a su ojo físico, no estará muy lejos del momento en que ya pueda observar lo que no tiene existencia física y que, por tanto, permanece totalmente oculto para aquél que no ha sido instruida en la ciencia espiritual.

Sin embargo, es necesario insistir en que el investigador espiritual no debe perderse en reflexiones acerca de lo que significa una u otra cosa, aspecto intelectual que lo desvían del recto camino. El discípulo debe contemplar el mundo externo con sentidos despiertos y sanos y con perspicacia, y entregarse después al sentimiento que en él se suscita. No debe tratar de deducir por medio de especulaciones intelectuales el significado de las cosas; ellas mismas deben descubrírselo[1].

Otro punto importante es lo que la ciencia oculta llama la orientación en los mundos superiores. Se llega a ella compenetrándose de la convicción de que los sentimientos y los pensa­mientos son realidades, tal como lo son las sillas y las mesas del mundo físico sensible. En el mundo anímico y en el mundo mental, los pensamientos y los sentimientos actúan recíprocamente los unos sobre los otros, tal como lo hacen las cosas sensibles del mundo físico. Mientras el discípulo no se haya compenetrado intensamente de esta verdad, no creerá que un pensamiento erróneo de su mente pueda ejercer, sobre otros que existan en el mundo mental, una influencia tan nefasta como la que ejerce una bala disparada a ciegas sobre los objetos físicos con que choque. Quizá no se permitiría jamás realizar un acto externo que considerara contrario a la razón, pero no rehuiría el fomentar pensamientos y sentimientos impropios, estimándolos inofensivos para el resto del mundo. Sin embargo, solo se puede avanzar en la ciencia oculta si se vigilan los pensamientos y sentimientos con el mismo cuidado con que observamos nuestros pasos en el mundo físico. Si uno se encuentra frente a un muro, no intentará pasar a través de él, sino que dará la vuelta: se adaptará a las leyes que rigen el mundo material. Leyes semejantes existen en los niveles afectivo y mental; si bien no pueden imponerse al hombre desde el exterior, deben emerger de la vida misma de su alma. Esto se alcanza absteniéndose en todo tiempo de pensamientos y sentimientos impropios. Es necesario suprimir durante este periodo toda divagación arbitraria y veleidosa, toda fantasía indisciplinada y todo flujo y reflujo accidental de emociones. Esto no embota la sensibilidad; antes al contrario, pronto puede comprobarse que, al  regular el curso de la vida interior, la sensibilidad y la verdadera fantasía creadora comienzan a enriquecerse. En vez de un sentimentalismo banal y de concatenaciones caprichosas de ideas, surgirán sentimientos significativos y pensamientos fecundos, sentimientos y pensamientos que permitirán al discípulo orientarse en el mundo espiritual, y lograr una posición correcta respecto a la realidad de ese mun­do. Resulta así para el discípulo una consecuencia bien definida: del mismo modo que el hombre físico encuentra su camino entre las cosas terrenas, asimismo su disciplina lo con­duce ahora a través de los procesos de crecimiento y marchités, procesos que él ya ha llegado a conocer en la forma antes descrita. Observará, por una parte, todo lo que crece y se desarrolla y, por la otra, todo lo que se marchita y perece, tal como corresponde para su propio progreso y el del universo.

El discípulo tiene que practicar, además, cierta disciplina en relación con el mundo del sonido. Conviene distinguir entre el sonido causado por lo llamado inanimado, v.g., un cuerpo que cae, una campana, un instrumento musical, y el sonido emitido por los seres vivos, animales u hombres. Al oír una campana se percibe un sonido, asociándolo con una sensación agradable; al escuchar el grito de un animal se percibirá en él, además de la impresión sensoria, la manifestación de una experiencia interna del animal, ya sea de placer o de dolor. Este último es el género de sonidos de que debe ocuparse el discípulo en un principio. Aplicará toda su atención al hecho de que recibe, mediante el sonido, una información de algo que se encuentra fuera de su propia alma; se sumergirá en ese algo extraño; unirá estrechamente su propio sentimiento al dolor o al placer que ese sonido le revele y se sobrepondrá a lo que signifique para él, agradable o desagradable, simpático o antipático, para dejar que su alma se sature de lo que ocurre en el ser del cual procede el sonido. A través de estos ejercicios realizados metódica y deliberadamente, se asimilará la facultad de vibrar al unísono, por decirlo así, con el ser del que emana el sonido. Para una persona dotada de sentido musical, semejante cultivo de su vida emotiva será más fácil que para otra que no lo tenga; pero no hay que creer que el mero sentido musical pueda sustituir la actividad interna. El discípulo debe aprender a sentir en esta forma con respecto a toda la naturaleza para que se geste una nueva facultad en su vida mental y afectiva; para que la naturaleza entera, con sus resonancias, comience a susurrar al hombre sus misterios. Lo que antes era para su alma incoherente ruido, se convierte en lenguaje inteligible de la naturaleza; allí donde antes solo había percibido un sonido de la llamada naturaleza inanimada, ahora se le revela un nuevo lenguaje del alma. Progresando en este cultivo de sus sentimientos, pronto comprobará que puede oír algo cuya existencia antes no sospechaba: comienza a oír con el alma.

Preciso agregar algo mas a lo que precede para poder llegar a la cima de lo accesible en esa región.
De gran importancia para el desarrollo del discípulo es la manera cómo escucha las palabras de los demás. Debe acostumbrarse a hacerlo en tal forma que su propio ser interior permanezca en silencio absoluto. Si alguien emite una opinión y otro la escucha, surge generalmente en este último un sentimiento de aprobación o desaprobación, y no faltará quienes se crean en el deber de manifestar en el acto su aquiescencia y muy especialmente su disentimiento. El discípulo debe acallar todo impulso interior de aprobación y de contradicción. No se trata de cambiar repentina e íntegramente de conducta, ni de esforzarse por el continuo logro de este completo silencio interior. Que comience a hacerlo en ciertos casos particulares elegidos a propósito. Entonces, poco a poco, esta nueva manera de escuchar se irá deslizando en sus hábitos y, por si misma, llegará a formar parte de ellos. En la búsqueda espiritual esto se practica sistemáticamente: el discípulo se siente obligado, en vía de práctica y por un tiempo determinado, a escuchar los pensamientos más contradictorios, y a callar totalmente todo impulso de aprobación y, sobre todo, toda critica desfavorable. La médula del asunto estriba en que no sólo se evite todo juicio intelectual, sino también todo sentimiento de desagrado, de disentimiento y hasta de aprobación. En particular el discípulo debe observarse muy atentamente para darse cuenta si tales sentimientos, quizá desaparecidos de la superficie, persisten aún en lo más recóndito de su alma. Por ejemplo, debe escuchar las afirmaciones de personas que en algún sentido le sean notoriamente inferiores, y evitar al hacerlo, todo sentimiento de superioridad. Para todos es útil escuchar de esta manera a los niños; hasta el más sabio puede aprender incalculablemente de ellos.  Así, el estudiante aprende a escuchar las palabras de otro con perfecto desprendimiento, con total abstracción de su propia persona, de sus opiniones y de su manera de sentir. Si se ejercita así a escu­char sin actitud de crítica, aún en los casos en que se expresen las opiniones más contrarias a las suyas, o cuando se cometan ante él los disparates más grandes, aprenderá poco a poco a fundirse con la individualidad de otro hombre y a identificarse con ella. A través de las palabras, escuchándolas, podrá penetrar en el alma del que habla. Gracias a ejercicios prolongados de esta índole, el sonido se convierte en el medio apropiado para percibir el alma y el espíritu. Es cierto que para ello se requiere una autodisciplina rigurosísima; pero ella conduce a una meta sublime. Cuando estos ejercicios se practican junto con los anteriormente descritos, relativos a los sonidos en la naturaleza; el alma desarrolla un nuevo sentido auditivo y es capaz de percibir manifestaciones del mundo espiritual que no hallan expresión mediante sonidos perceptibles por el oído físico. La percepción del "Verbo Interior" despierta, y paulatinamente se le revelan al discípulo verdades del mundo espiritual. Se halla en condiciones de escuchar un lenguaje expresado en forma espiritual[2]


Todas las verdades superiores se alcanzan través del influjo del Verbo Interior, y lo que puede transmitir un verdadero investigador espiritual lo ha recibido de este modo. Esto no quiere decir que sea inútil dedicarse a la lectura de los textos de ciencia oculta antes que uno mismo pueda percibir ese influjo interne. Al contrario, la lectura de esos escritos y el recibir las enseñanzas de los investigadores espirituales son, por si mismos, medios para llegar al conocimiento personal. Cada frase que escuchamos de la ciencia oculta es apropiada para dirigir nuestra mente hacia el punto que debe alcanzar si el alma tiene que experimentar un positivo progreso. A todo cuanto antes se ha indicado debe agregarse el estudio asiduo de lo que transmiten los investigadores espi­rituales. En toda disciplina oculta este estudio forma parte de la probación, y todo otro procedimiento será inefectivo si no existe la debida receptividad para las enseñanzas del in­vestigador espiritual, pues procedentes del Verbo Interior y de su viviente influjo, están dotadas de vida espiritual. No son meras palabras, sino poderes vivos. Cuando se siguen las palabras de un iniciado, cuando se lee un libro que surge de verdaderas experiencias internas, obran en el alma energías que la hacen clarividente, tal como las fuerzas de la naturaleza crearon nuestros ojos y nuestros oídos de la substancia vital.




[1] Puede decirse que un sentido artístico aunado a una naturaleza reposada e Introspectiva, constituye la más favorable condición preliminar pa­ra el desarrollo de las facultades espirituales. Ese sentido penetra más allá  de la superficie de las cosas y así llegan hasta su misterio.
[2] Los seres espirituales de los que trata la ciencia oculta solo pueden hablar a quienes hayan llegado a la receptividad interior mediante una captación Impersonal, sin dejarse influir por opiniones y sentimientos personales. Mientras el estudiante oponga su propia opinión o sentimiento a lo que oye, los seres del mundo espiritual permanecen callados.

1 comentario:

Danilo Gatti dijo...

Muchas gracias por tu comentario elogioso en mi blog, ya te sigo yo tambien, pasare con mas tiempo para comentar algo acorde y leerte mejor.
saludos
estamos en contacto