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T.S. Elliot, 1890.

"¿Dónde quedó el conocimiento que hemos perdido en la información y dónde quedó la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?"
(T.S. Elliot, The Rock, Canto I, 1890)

sábado, 7 de agosto de 2010

¿Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores? (VII)

Serie: Algunas escuelas del desarrollo espiritual.: Steiner.
Autor: Rudolf Steiner, 1918.
Transcripción libre de Pasajero en tránsito.


ASPECTOS PRÁCTICOS
Cuando el hombre cultiva sus sentimientos, sus pensamientos y sus estados de ánimo practicando los métodos descritos en los capítulos de Probación, Iluminación e Iniciación, provoca en su alma y en su espíritu una estructura similar a la que la naturaleza ha creado en su cuerpo físico. Antes de este cultivo, el alma y el espíritu son masas indiferenciadas que el clarividente percibe como volutas nebulosas entrelazadas produciendo la impresión de un color de fulgor mortecino que va principalmente del rojizo al rojizo pardo o al amarillo rojizo; después, empiezan a resplandecer espiritualmente en colores verde amarillento o azul verdoso, y presentan una estructura ordenada. El discípulo alcanza este resultado, y así los conocimientos superiores, si introduce en sus sentimientos, pensamientos y estados de ánimo, al mismo sistema estructurado con que la natu­raleza ha dotado al cuerpo de órganos que le permiten ver, oír, digerir, respirar, hablar. Poco a poco el discípulo va aprendiendo a respirar y ver con su alma; a oír y hablar, con su espíritu.

Trataremos aquí, mas de cerca, algunos aspectos prácticos que forman parte de la educación superior del alma y del espíritu. Las reglas son de tal índole que cualquiera puede ponerlas en práctica, no importando sus logros en la observancia de otras, y así conseguir cierto avance en la ciencia oculta.

Debe particularmente cultivarse la paciencia. Cada síntoma de impaciencia paraliza y hasta destruye las facultades superiores latentes en el hombre; no hay que esperar de un día a otro una visión inconmensurable de los mundos superiores, pues en tal caso seguirá la desilusión. La satisfacción por cada pequeño éxito, así como la calma y la serenidad, deben apoderarse cada vez más del  alma.  Se comprende que el discípulo espere los resultados con impaciencia, pero mientras no la domine no obtendrá fruto alguno. No es conveniente, sin embar­go combatirla en el sentido ordinario de la palabra, pues el resultado sería acrecentarla engañándonos a nosotros mismos ya que en realidad ha arraigado más firmemente aún en las reconditeces del alma. Sólo se logra el triunfo cuando el discípulo se abandona a un pensamiento bien determinado, y lo llega a asimilar completamente. Este pensamiento es el siguiente: "Ciertamente debo hacer todo lo necesario para desarrollar mi alma y mi espíritu, pero esperaré con la mayor calma hasta que las potencias superiores me juzguen digno de la iluminación". Si este pensamiento se apodera del hombre con bastante intensidad para convertirse en parte de su naturaleza, se está hollando el buen camino. Este rasgo termina por reflejarse hasta en el exterior del discípulo: su mirada se tranquiliza, sus movimientos son seguros, bien determinadas sus decisiones, y todo lo que pueda considerarse nerviosidad va desapareciendo de él. Aquí son de tenerse en cuenta ciertas reglas de conducta, aparentemente insignificantes y de poco valor. Por ejemplo: alguien nos ofende. Antes de nuestro oculto discipulado dirigiríamos nuestro resentimiento contra el ofensor; una oleada de cólera surgiría de nuestro fuero interno. Después, por el contrario, nace el siguiente pensamiento: "Esa ofensa en nada afecta mi propio valer", y obraremos según proceda, pero con toda calma y serenidad, sin dejar que el enojo influya en nuestra actitud. No se trata, naturalmente, de sufrir cualquier ofensa en actitud pasiva, sino meramente el comportarnos con la misma calma y compostura frente a una ofensa a nuestra propia persona que si se tratara de castigar una ofensa hecha a otra persona en cuyo favor tuviéramos el derecho de intervenir. Hay que tener siempre en cuenta que los resultados de la disciplina oculta no se manifiestan por cambios externos bruscos, sino por transformaciones delicadas y silenciosas del sentir y del pensar.

La paciencia ejerce un atractivo efecto sobre los tesoros del saber superior; la impaciencia los ahuyenta. Con el desasosiego y el apresuramiento nada puede adquirirse en los dominios superiores de la existencia. Ante todo, es necesario acallar el ansia inmoderada y la codicia, dos cualidades del alma que hacen retroceder avergonzado a todo saber superior, pues por más precioso que sea ese conocimiento no debe codiciarse para que llegue a ser nuestro. Tampoco lo obtendrá jamás quien lo desee con fines egoístas. Este conocimiento exige de él, desde lo más profundo de su alma, sinceridad absoluta frente a sí mismo, en ningún aspecto engaño respecto de sí. Es preciso contemplar de frente y con sentimiento de autentica veracidad las propias faltas, debilidades e insuficiencias. "Desde el momento mismo en que busques una excusa para cualquiera de tus imperfecciones, levantarás un obstáculo en el camino del progreso y únicamente serán superables por el esclarecimiento de ti mismo". Sólo hay un medio para librarse de los defectos y debilidades: reconocerlos correctamente. Todo dormita en el alma humana y puede despertarse. También la inteligencia y la razón son susceptibles de mejora si se estudian con calma y serenidad las causas de sus lagunas. Semejante autoconocimiento es, naturalmente, difícil por ser sumamente poderosa la tentación a engañarse respecto de uno mismo. Por eso, quien se acostumbre a ser sincero consigo mismo, se abre las puertas que conducen a una comprensión mas elevada.

El discípulo debe rehuir toda curiosidad; desacostumbrarse, en la medida de lo posible, de hacer preguntas para satisfacer su propia ansia de saber. Sólo preguntará cuando el conoci­miento pueda contribuir a perfeccionarle para el servicio de la evolución, lo que no implica atrofia de su sensibilidad para el saber, en aspecto alguno. Prestará fervorosa atención a cuanto sirva a ese objetivo, y buscará toda clase de oportunidades para esa devota actitud.

La disciplina oculta requiere muy especialmente del discípulo la educación del deseo. No se trata de que se convierta en un ser sin deseos, pues todo lo que hemos de alcanzar hemos de desearlo, y el deseo siempre quedará satisfecho cuando se apoye en una fuerza bien determinada, derivada del verdadero conocimiento. Una de las reglas de oro para el discípulo es: "de ninguna manera desear algo antes de saber si es lo debido en el dominio correspondiente". El sabio escruta las leyes del universo y luego sus deseos se truecan en poderes que llevan en sí mismos su realización. Cabe mencionar un ejemplo ilustrativo: Muchas personas desearían conocer, por propia observación, algo de su vida prenatal. Tal deseo no tiene objeto ni puede tener éxito mientras la persona en cuestión no se haya asimilado, mediante el estudio oculto y en la forma más sutil e intima, el conocimiento de las leyes que gobiernan la naturaleza de lo eterno. Una vez adquirido este conocimiento, si después quiere ir más lejos, su deseo ennoblecido y purificado le capacita para hacerlo.

Tampoco tiene sentido decir: Quiero precisamente conocer mi vida anterior y estudiaré con este propósito. Por el contrario, es menester abandonar por completo ese deseo, eliminarlo y empezar a estudiar sin esa intención. El placer y la devoción deben desarrollarse por lo que aprendemos, sin el propósito mencionado; solo así se aprende a fomentar el deseo respectivo en forma tal que lleve consigo su propia realización.

*   *    *
Si me encolerizo o enojo, levanto alrededor de mí una barrera en el mundo anímico, y las energías que debieran desarrollar mis ojos psíquicos no pueden llegar hasta mí. Cuando, por ejemplo, una persona me hace enojar, envía una corriente anímica al mundo anímico, corriente que no puedo percibir mientras me enoje, ya que mi propio enfado la oculta. Naturalmente que esto no ha de llevarme a creer que si me he liberado del enojo lograré enseguida una visión anímica (astral), ya que para tal fin es necesario que antes desarrolle el ojo psíquico. Sus rudimentos existen en todo ser humano; pero el ojo permanece inactivo en tanto que el hombre sea susceptible de enojo, sin que baste una ligera lucha tibia contra el enojo para que ese ojo se vivifique. Hay que perseverar combatiendo el enojo, sin cansarse y con paciencia, y llegará el día en que se advierta que el ojo del alma se ha desarrollado. Cierto es que para alcanzar tal objetivo no basta combatir únicamente el enojo; muchos son los que se impacientan y se tornan escépticos porque durante años han venido combatiendo ciertas inclinaciones del alma sin alcanzar la clarividencia. Lo que han hecho en realidad es cultivar ciertas cualidades dejando que otras se desenvolvieran desenfrenadamente. El don de la cla­rividencia no puede manifestarse antes que hayan quedado dominadas todas las propensiones que puedan impedir el desarrollo de las facultades latentes. Indudablemente, los rudimentos de la visión o de la audición espiritual comienzan a manifestarse antes de llegar ese momento, pero son sólo brotes endebles, sujetos a toda clase de errores, y pueden fácilmente atrofiarse si se les priva de cuidado y protección esmerados.

Otros defectos que, como la cólera y el enojo, deben superarse son la pusilanimidad, la superstición, el prejuicio, la vanidad y la ambición, la curiosidad y la locuacidad innecesaria, así como el hacer distingos entre los hombres por sus características exteriores de categoría, origen, raza, etc. Difícilmente se comprende en nuestros días que el luchar contra tales defectos tenga algo que ver con el aumento del poder cognoscitivo, pero todo ocultista sabe que todo esto tiene mucha mas influencia que el aumento de la inteligencia o la práctica de ejercicios artificiales. Particularmente fácil es que se origine confusión entre quienes creen que para ser intrépido deba uno convertirse en temerario; que para combatir los prejuicios de clase o de raza, etc., haya que rehuir toda diferenciación entre las personas. En verdad no juzgamos sensatamente mientras seamos todavía presa de prejuicios. Hasta en el sentido ordinario es cierto que el temor de un fenómeno nos impide juzgarlo con discernimiento y que un prejuicio de raza nos impide penetrar en el alma de otro hombre. Es ese sentido ordinario el que el discípulo debe desarrollar con toda finura y sutileza.

También constituye un obstáculo para el entrenamiento oculto el que me hable sin que cada palabra esté purificada a fondo por la reflexión. Y hay que tomar aquí en cuenta un punto que sólo podemos explicar mediante un ejemplo. Si alguien me dice algo a lo cual debo contestar, tendré que esforzarme en considerar su opinión, su sentimiento y hasta sus prejuicios más aún que lo que sea mi aportación instantánea al tema tratado. En esto ha de ponerse de manifiesto un refinado tacto en el trato con el prójimo a cuyo cultivo debe el discípulo consagrarse con fervor. Aprenderá a juzgar qué importancia puede tener para su interlocutor el que él oponga su propia opinión a la suya, lo que no implica de ninguna manera renunciar a su manera de pensar. Ni por asomo se pretende sugerir tal cosa. Lo que procede es que escuche con la ma­yor atención lo que dice el otro para determinar después, según lo escuchado, la forma de réplica. En semejantes ocasiones, un pensamiento particular se repite en el discípulo una y otra vez, y su actitud es acertada si tal pensamiento vive en él hasta convertirse en parte integrante de su ser. Helo aquí: "Lo importante no es que yo sostenga una opinión distinta de la de mi semejante, sino que él pueda encontrar por él mismo lo que sea correcto, si mi punto de vista significa algo para lograrlo". Merced a pensamientos de semejante índole, el carácter y los modales del discípulo van adquiriendo un sello de dulzura, uno de los resortes esenciales de toda disciplina oculta. La aspereza ahuyenta las estructuras psíquicas en torno a las cuales corresponde despertar el ojo de su alma; la dulzura elimina los obstáculos y devela los órganos.

Paralelamente a la dulzura, se desarrollará al punto otro rasgo del alma: la tranquila atención hacia todas las sutilezas de la vida psíquica que nos circunda, en tanto que se mantiene una perfecta quietud de las emociones de la propia alma. Cuando el hombre ha alcanzado esto, las vibraciones psíquicas que le rodean obran sobre él y determinan el crecimiento y la organización progresiva del alma, tal como la planta se desarrolla bajo la luz del sol. La dulzura y el silencio interior, acompañados de la verdadera paciencia, abren el alma al mundo psíquico y el espíritu al mundo espiritual. "Permanece en la calma y en el recogimiento; cierra los sentidos a las impresiones recibidas antes de tu discipulado; acalla a todos los pensamientos que antes solían fluctuar en tu alma; mantente tranquilo y en silencio interiormente; espera con paciencia y los mundos superiores comenzarán a modelar tus ojos psíquicos y tus oídos espirituales. No esperes poder ver ni oír inmediatamente en los mundos del alma y del espíritu, ya que todo lo que haces sólo contribuye a desarrollar tus sentidos superiores; pero serás capaz de ver con tu alma y de oír con tu espíritu cuando poseas esos sentidos. Habiendo perseverado así por algún tiempo en la calma y en el recogimiento, atiende tus quehaceres corrientes profundamente compenetrado del siguiente pensamiento: "Día llegará, cuando esté maduro para ello, en que reciba lo que me ha sido asignado"; y evita estrictamente atraer hacia ti, por capricho, algo de las potencias superiores". Tales son los preceptos que recibe todo discípulo de su instructor a la entrada del sendero oculto. Si los observa se perfecciona; si los desacata, vano es todo su trabajo. Pero estas instrucciones sólo son difíciles para quien no tenga pa­ciencia ni perseverancia, pues no existen otros obstáculos que los que uno mismo pone en su camino y que pueden evitarse si realmente uno quiere. Hay que insistir sin cesar sobre este punto, porque mucha gente se forma una idea completamente errónea de las dificultades del sendero. En cierto modo es más fácil dar los  primeros  pasos  en  este  sendero que vencer las más triviales dificultades de la vida cotidiana sin la ayuda de la disciplina oculta. Por lo demás, aquí sólo pudieron impartirse las instrucciones que no implican peligro alguno para la salud física psíquica. Hay otros caminos que conducen con mayor rapidez a la meta, pero ellos nada tienen que ver con lo aquí expuesto, porque pueden ejercer sobre el ser humano ciertos efectos que todo ocultista experimentado procura evitar. Como algunos detalles de tales métodos trascienden continuamente al público, es preciso prevenir expresamente contra su aplicación. Por motivos que sólo son comprensibles para el iniciado, esos métodos no pueden jamás transmitirse públicamente en su verdadera forma, y los fragmentos que se revelan aquí o allí no pueden conducir a nada provechoso y sí en cambio a la ruina de la salud, de la felicidad y de la paz del alma. El que no quiera entregarse a potencias tenebrosas cuya esencia y origen verdaderos no puede conocer, deberá evitar orientaciones de esta índole.



Por último, podemos dar algunos detalles sobre el medio ambiente indicado para la práctica de los ejercicios de la disciplina oculta. No deja esto de tener su importancia, aunque las condiciones varían casi con cada individuo. Aquél que hace sus ejercicios en un medio lleno de intereses egoístas, agitado, como por ejemplo, el de la lucha por la vida que caracteriza nuestra época; debe tener en cuenta que estos intereses no carecen de influencia sobre el desenvolvimiento de sus órganos psíquicos, si bien es cierto que las leyes propias de estos órganos son lo bastante fuertes para impedir que esta influencia pudiera ser fatalmente nociva. Así como la más desfavorable realidad no podrá ser nunca causa de que una azucena se convierta en cardo, tampoco los intereses egoístas de las grandes ciudades modernas podrán hacer que el ojo del alma se convierta en cosa distinta de lo que debe ser. Pero, en todo caso, es bueno para el discípulo rodearse, de vez en cuando, de la paz sosegada, de la dignidad interior y de la tranquilidad de la naturaleza.  Particularmente favorecido se vera aquel discípulo que pueda practicar siempre su disciplina esotérica rodeado del verdor de las plantas o en las montañas bañadas del sol, donde la naturaleza teje dulcemente su tela de suave sencillez. Un medio semejante desarrolla los órganos interiores dentro de una armonía inconcebible en una ciudad moderna.  También significa ya cierta ventaja sobre el hombre de la ciudad el haber podido, al menos en la infancia, respirar el aire de los pinares, contemplar las cumbres nevadas y observar la actividad silenciosa de los animales en los bosques y de los insectos. No obstante, ninguno de los que se ven precisados a vivir en la ciudad, debe dejar de nutrir sus órganos psíquicos y espirituales, en vías de formación, con las enseñanzas inspiradas de la investigación espiritual. Aquél cuyos ojos no pueden contemplar día tras día, en cada primavera, el verde follaje de los bosques, debería, en su lugar, alimentar su corazón con las enseñanzas sublimes del Bhagavad Gita, del Evangelio según San Juan, de Tomas de Kempis, así como con las descripciones de los resultados de la Ciencia Espiritual. Muchos caminos existen para ascender a las cumbres de la percepción interior, pero hay que saber elegir el más apropiado. El iniciado puede decir mucho sobre tales caminos, mucho que pudiera parecer singular al no iniciado. Por ejemplo, alguien pudiera estar muy adelantado en el sendero; pudiera encontrarse, por decirlo así, ante la inminente apertura de los ojos del alma y los oídos del espíritu. Entonces tiene la suerte de hacer un viaje por un mar tranquilo, o quizá tempestuoso, y la venda cae de esos ojos; súbitamente se convierte en vidente. —Otro puede haber llegado igualmente tan lejos que esa venda sólo ha de ser aflojada, lo que acontece merced a un golpe del destino. A otra persona ese golpe quizá le habría paralizado su fuerza y minado su energía; para el discípulo señala el punto de partida de la iluminación—. Un tercero habrá perseverado largos años en paciencia y permanecido así sin obtener resultados tangibles. De repente, al estar  sentado tranquilamente en su habitación silenciosa, se hace la luz espiritual en torno suyo; los muros desaparecen, se tornan transparentes para el alma. Un mundo nuevo se despliega ante sus ojos o resuena en sus oídos espirituales que así han aprendido a percibir.

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